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Colombia: Historias de la radio en Barranquilla

Colombia: Historias de la radio en Barranquilla - Colombiadx.blogspot.com
Edificio de Emisoras Unidas, incendiado el 9 de abril de 1948.
Domingo, Abril 6, 2014 -
Por: Álvaro Ruiz Hernández

La Voz de Barranquilla comienza por el año 1936 su lento declive, que se prolonga cada vez más. La enfermedad de Elías Pellet Buitrago y su posterior muerte en 1938 acabaron con “la primera emisora de Colombia”, la cual, con todo el sentimiento de dolor que es de comprender, fue vendida por la viuda de Pellet Buitrago al señor Emigdio Velasco, ciudadano venezolano y posteriormente cónsul de su país en Barranquilla.
Este señor venía operando una emisora que denominó La Voz de la Víctor, y como era representante de los Discos RCA Víctor, recibió todo el apoyo económico y logístico de esa disquera. Su tarea era pasar únicamente los discos de los artistas que graban en “La Víctor”. Pero Velasco también vendía aparatos fonográficos y fotográficos. Para entonces se había incrementado la venta de radiorreceptores, pues al inicio casi nadie tenía radio. Pues bien, esta agencia de Velasco, que se basaba en la fotografía y luego quedó exclusivamente para eso, llamándose Foto Velasco, también las estaba viendo negras con lo de la programación musical, pues la gente que tenía radio no le gustaba mucho estar oyendo todo el día los Discos RCA Víctor. Además, la condición de extranjero de Velasco le impedía aparecer como regente de la emisora.
Así y todo, se hizo a la antigua HKD, y desapareció RCA Víctor, para entonces llamarse, con toda propiedad, Emisoras Unidas, que bajo la nueva orientación se instaló en un edificio de dos plantas que había en la calle Jesús, casi llegando al callejón de La Paz (hoy, calle 37 con carreras 40 y 41).
La Voz de la Víctor presentó en sus estudios de la Avenida de la República (Líbano, hoy carrera 45) con San Blas y San Juan (calles 35 y 36), donde casi 50 años después estuvo Radio Reloj, nada menos que a Carlos Gardel el 23 de junio de 1934. Gardel moriría horas después en Medellín. Aquella noche se acercó a enviar saludos a la ciudad y a sus fans, puesto que no había radio a distancia. Para ello se habilitó todo el local para aquella presentación, que entonces era un gran suceso artístico, pero que en la mañana del siguiente día, menos de 24 horas de aquella, se convirtió en inmortal.
Puede decirse que Elías Pellet Buitrago  cerró su ciclo con algo para no olvidar, y después no estuvo en condiciones, no tanto físicas como anímicas, para seguir aquella lucha, y así la nueva Voz de Barranquilla empezó a trabajar, ya no solo con discos RCA, sino que mediante la intervención de don Ezequiel Rosado, que a su vez era representante de discos Odeón y Columbia, la programación se enriqueció. El señor Rosado fue una especie de socio artístico y moral, y algunos aseguraron que había sido la cabeza oculta de aquella empresa, a la  que le dedicaba más tiempo que a su Almacén Eros, de la calle Real (hoy, 33) con carrera Pacho Palacio (hoy, Progreso), esquina.
Es casi seguro (no hay testimonio que lo afirme, pero tampoco que lo niegue) que Elías Pellet Buitrago y Jesús Amórtegui lograron en 1936 las transmisiones “en movimiento”, y de no haber sido así, hubiera sido entonces una gran ironía porque el sepelio de Pellet Buitrago fue trasmitido por las emisoras que había entonces: Unidas, Atlántico, La Voz de la  Patria y la recién fundada Radio Barranquilla, formando una cadena que difundió los detalles del último adiós del gran hombre. Sus restos reposan en el Asilo de San Antonio, en su capilla de la calle Paraíso (hoy, calle 47).
De todos modos, Pellet Buitrago y Amórtegui dieron con el secreto del “control remoto en movimiento”, pues un venerable anciano muerto hace poco, a casi 90 años de edad, y adolescente en esa época, sostuvo que por su casa de la calle Comercio con carrera Hospital (33 con 35) pasaron varias veces Pellet Buitrago  y Amórtegui transmitiendo “en movimiento”.
La tarea de remplazar a aquel hombre que se había ido no iba a ser tarea sencilla, ni siquiera complicada, sino imposible, pero la función tenía que continuar, y nunca mejor empleado el término, Velasco con su gente se hicieron cargo de la enorme responsabilidad. Ya Emisoras Unidas entraba en otra era. Y su inicio fue, así como había cambiado de dueño y de mentalidad, un cambio también de sede.
El nacimiento de Emisoras Unidas se debió a que La Voz de la Víctor y La Voz de Barranquilla se encadenaban por asuntos comerciales y periodísticos. Al  locutor Antonio Fernández Ruiz se le cayó el libreto en uno de esos especiales “encadenados” y dijo al aire, improvisando: “Están escuchando las Emisoras Unidas”. El concepto le gustó a Emigdio Velasco y Amórtegui, quedando al final solo una emisora en dos frecuencias.
Dejaron el edificio de Jesús y Progreso y se fueron para otro edificio, en la calle 34, Paseo de Bolívar, y la carrera 41B (Mercado), frente a un lateral de la iglesia de San Nicolás. Una de las propuestas de los directivos de la nueva Emisoras Unidas era apostarles a los dramatizados, entre ellos Drácula: el hombre vampiro. Para entonces eran incipientes los procesos de grabación y se tenía que localizar los equipos (qué ironía) en el interior del país. Eran las cortadoras de acetato para grabar. Con gran esfuerzo de los empresarios radiales se trae a Barranquilla una de estas máquinas aprovechando los contactos del Ezequiel Rosado, luego Emisora Atlántico consigue otra, y Clementico, el gran técnico de los Vasallos, adquiere otra. En esa difícil tarea de grabar sin equivocarse, porque era directo al acetato, logró Enrique Peña aquellas legendarias producciones que ponían a soñar a los oyentes con extraordinarias aventuras en exóticos países. Peña desapareció sin dejar rastros.
Posteriormente, la Emisora Nueva Granada de Bogotá, sabiendo que Emisoras Unidas tenía dificultades con los dramatizados por la desaparición de Enrique Peña, les propuso  las novelas producidas allá, enviando los acetatos por partidas. Así, Emisoras Unidas logró dar un buen golpe a Emisora Atlántico, y de paso a La Voz de la Patria, porque Radio Barranquilla todavía no remontaba vuelo.
Se trasmitieron de este modo las series Tanane, en la que hacía el papel estelar Guillermo Beltrán, un extraordinario locutor bogotano que luego fue contratado por la BBC de Londres. A continuación, y era en verdad una continuación, transmitieron Mapaná, la hija de Tanane y El hombre vampiro, más larga y mejor lograda técnicamente que la de Enrique Peña.
Por causas que nunca se conocieron, Emisora  Nueva Granada dejó de producir estos primitivos ensayos de radionovelas, y entonces se contacta con La Voz de los Estados Unidos de América, cuyo departamento de radio enviaba en acetatos grandes y de muy buena calidad los episodios correspondientes a las series Contraespionaje, a la que siguió la sensacional Lobo del mar y luego Ojo de águila, protagonizadas por el excelente actor mexicano Carlos Montalbán, que no se sabe por qué no quiso hacer cine a pesar de haber tenido propuestas en su patria y en Hollywood; en cambio, su hermano, Ricardo, sí aprovechó e hizo trabajos en la meca del cine y años después protagonizo una de las series para televisión de más impacto en los años 70 y comienzos de los 80: La isla de la Fantasía. También presentaron Cuentos de América en otra magistral producción México -norteamericana, pero el filón se agota cuando empiezan a soplar vientos de las cadenas Caracol y RCN arrastrando a Emisora Atlántico en buenas series, como El hombre de la máscara de hierro y Apague la luz y escuche.
Emisoras Unidas consigue entonces, mediante buenos pagos, la cesión por parte de RCN Bogotá de maravillosos programas, como los dramatizados Gracias, Dr. y Cartas que nunca llegaron. Todo esto mediante el suministro de magníficos acetatos americanos de hasta 1 hora de duración.
Se transmite también uno que otro programa musical de concurso, presentados por RCN Bogotá, grabados por ellos mismos en los acetatos americanos  mencionados. Esos programas eran patrocinados por The Sidney Ross Company y fueron: Dígalo con música, Diga Mejoral, Cómo lo conocí  y  Nunca lo olvidaré, estos dos últimos fusilados de una revista argentina.
Emisoras Unidas sufre un gran golpe cuando fue quemada y saqueada por los vándalos el 9 abril de 1948. Para la turba incendiaria era una emisora conservadora, al igual que el diario La Prensa, que corrió la misma suerte. Allí hay una etapa entre gloriosa y tormentosa, porque la emisora se muda después de aquel desastre, comenzando otra historia de altos y bajos.
Del incendio a la construcción
Emisoras Unidas se mudó por el incendio del 9 de abril del 48. Así que les tocó buscar una nueva sede. El sitio escogido, o al menos el que se presentó con la premura que necesitaba la emisora, sin duda no era el más adecuado para una radio, ni para nada, porque su historial así lo revelaba.  Fue en la calle 45 con carrera 45 (Murillo con Líbano), en un sitio que se denominó Jardín Águila, diseñado por el arquitecto cubano Manuel Carrera siguiendo como modelo los jardines de la cervecería Tropical en La Habana. La Cervecería Águila hizo allí un centro de eventos con presentaciones regulares de orquestas de diversos países y fue escenario de eventos de carnaval.
Allí se instaló Emisoras Unidas, en el segundo piso del Jardín, que hasta sin discos  había quedado, hasta el extremo de tener que quitar en el estudio algunas cortinas de promoción y programas comerciales. Para esa época presentaban al aire libre algunos artistas y el conjunto Bovea y su trío Magdalena que venían desde la vieja sede  con el propósito de “tumbar a uno, a Buitrago”, quien  actuaba en exclusividad  en Emisora Atlántico. El nombre de Bovea y sus vallenatos surgió  durante una de sus presentaciones cuando el locutor dejó el libreto y los presentó con ese nombre, que al final fue el que usaron profusamente.
El gerente de Emisoras Unidas, Alfonso Rosales Navarro, quien había tenido la peor “metida de guayo” al rechazar a Buitrago, pareció tener un año después de ese suceso la revancha. El guitarrista samario Julio Bovea había venido formando con el cantor cienaguero y el Mocho Rubio, el grupo Buitrago y sus Muchachos; pero por circunstancias de ellos, Bovea se separó del conjunto. Nunca olvido la respuesta de Julio Bovea a la pregunta sobre los móviles de su ida, pues con ella dio una gran muestra de caballerosidad y discreción: “No nos convino seguir”.
Rosales Navarro, avaro, cuyo remordimiento de conciencia no lo dejaba vivir, llamó a Bovea y le propuso todo lo que él quisiera “con tal que nos tumbes a ese mono flacuchento”. Nace así el conjunto Bovea (entonces no se hablaba de vallenato) y lo colocan por Emisoras Unidas en la misma franja que tenía Buitrago en Emisora Atlántico.
Pasaron casi dos años de cosas intrascendentes, mientras la emisora iba readquiriendo lo que perdió en la quemazón; no obstante “pegaron un palo” tremendo, como fue presentar al primer trío de América, Los Panchos; y ni siquiera ellos escaparon de la mala suerte que parecía acompañar a la emisora, porque preparándose para actuar, a Alfredo Gil se le cayó el requinto que se hizo chicha en la parte baja de la azotea, y tuvo que suplirlo Julio Bovea con su guitarra. Con un instrumento inadecuado y con un escenario impropio, sin acústica ni aislación de ruidos, aquello fue el desastre. Ellos se fueron volando de allí, y tiempo después vinieron a tomarse la revancha, ya que aquella triste noche del Jardín Águila no parecían Los Panchos.
El señor Jaraba era un lutier que tenía un taller de reparación y construcción de guitarras en la calle 69  con Veinte de Julio; arregló la guitarra del Güero Gil y cobró la entonces increíble suma de mil pesos que el artista pagó sin decir “aquí me duele”. Y así siguieron su gira; y por el interior enloquecieron a los públicos. Ese sí era el trío de Los Panchos, porque aquí no pasó nada, al menos la primera vez, cuando no alcanzaron a tocar sino dos piezas.
La suerte cambia para la emisora cuando aparece en el panorama Rafael Roncallo Vilar. Gordo, de familia vinculada a la industria harinera, tenía un espíritu bohemio que le daba para largas veladas con hermosas damas, componiendo canciones románticas y acompañado de artistas. Construía en esos momentos un moderno edificio de cristal de cinco pisos en todo el extremo del Paseo Bolívar con carrera 38. Elegante obra que nadie sabía a ciencia cierta a quién pertenecía ni quién se iba a instalar allí.
“En 1968, en una pequeña oficina de los estudios de Emisoras Riomar, en la esquina de la carrera 46 con calle 70, en Barranquilla, un hombre joven de grandes anteojos castigaba durante casi todo el día su máquina de escribir, con una taza de café tinto a su lado, sin perturbarse por el ruido que hacían a su alrededor, pues estaba concentrado en descargar en el papel la heterogénea cáfila de personajes que, enredados en toda suerte de peripecias y aventuras, bullían en su cabeza: asesinos, asaltantes de bancos, atracadores de autobuses, sectas implacables de ultratumba, vaqueros del Viejo Oeste, piratas legendarios, estrellas del cine mudo y animales personificados.
Era así como Álvaro Ruiz Hernández, quien entonces tenía 35 años, lograba escribir cada día cinco libretos, en su mayoría de siete cuartillas tamaño oficio cada uno, y la jornada le alcanzaba además para dirigir los ensayos y las grabaciones de aquellas ficciones radiofónicas, que involucraban un elenco de por lo menos 10 actores. Por eso su labor diaria empezaba a las siete de la mañana y concluía a las nueve de la noche”. De esta manera, Joaquín Mattos Omar inició el reportaje para quien fue el libretista de la radio colombiana, Álvaro Ruiz Hernández, tras contactarlo por solicitud de Latitud, la revista Dominical de EL HERALDO. Esa publicación, el 3 de marzo de 2013, motivó a Editorial La Iguana Ciega a acoger la ilusión de Ruiz Hernández: “Lanzo un clamor para que me colaboren con la publicación del libro”, inédito para entonces, dijo en ese momento el creador de los seriados radiales ‘Casta de valientes’, ‘Código del terror’ y autor de 150 capítulos de ‘Las aventuras del Hombre Increíble, Kalimán’, para editorial Novaro, de Ciudad de México.
FUENTE
http://revistas.elheraldo.co/latitud/historias-de-la-radio-en-barranquilla-130605

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